Canto para que los pájaros no me olviden
para que los sabuesos dejen de ladrar.
Conjugo mi jugo contrito para los más aviesos.
Miro a mi gata y me pregunto;
Si no tendrá algún verso que ofrecerme
para matar el aburrimiento.
Este tedio de seda que se enlata en un altavoz
que suena a Tom Waits o Coltrane
y el abismo se hace luz.
El color de un dulce y el amargor de un solo
pueblan mi habitación.
Una neblina de palabras
bailando en el espesor de los sueños.
Quiero y no puedo contarte al oído
que me endurezco
que ya no me encuentro
en este traje de monje tibetano.
Sin control
alzo la voz
las paredes rebotan.
Disculpen las molestias
Hoy es víspera de nochebuena
Y no encuentro mi traje de Papa Noel
ni mis zapatillas de andar-por-casa.
Cantaré otra vez para que mis huesos
no se oxiden para que se callen
los que tanto ruido hacen
con sus cadenas de oro
con sus relojes inteligentes;
seguro que más inteligentes
que todos ellos.
Cantaré, para oírme mejor
para no olvidarme
de los que importan
por los que sobran.
Para no caer
y en todo caso
o en cualquiera de ellos;
caer de pie.
Para que se callen,
para que no se olviden
para que dejen de ladrar.
Los perros, sus cadenas
y sus putos relojes seguramente
más inteligentes que todos ellos.
Víctor Cuentos, Xixón, Xxxx.
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