miércoles, 15 de abril de 2020

Las Ratas

EL UNO 




Era sábado de Semana Santa, nunca había visto en mi vida una cola que saliera de un supermercado doblara la esquina de la calle y siguiera por la aledaña.
Había visto colas en el Paro, en grandes ciudades, colas de inmigrantes para alquilar una habitación para dormir varias horas antes de volver a trabajar. Colas para obtener los papeles, colas en la cocina económica, colas en Cáritas o la Cruz Roja. Pero nunca había visto una cola que saliera y doblara la esquina de la calle y siguiera 50 metros más.

Las colas van a ser objeto de estudio a partir de ahora. Habrá teóricos del espacio-tiempo que las diseñen, políticos que decreten el ancho y el largo que deben tener, protocolos de actuación.
Estudios sociológicos, libros de poesía sobre colas, novelas sobre colas, cuadros sobre colas, fotografías, exposiciones sobre colas, vivas o inermes.
Las colas se están convirtiendo en el pilar fundamental de esta sociedad.

En mi cola había de todo; una señora que argumentaba que había tanta cola a causa del cierre por festivos, no sé si se escandalizaba porque los hubiera o porque no los hubiera. Un hombre de mediana edad, con chaqueta de cuero de aviador que hablaba por los codos y se enorgullecía de ir a la compra. Repitiendo una y otra vez a todo amigo y vecino que pasara por allí:

-Ahora no salgo, ya solo salgo a comprar y nada más. Soy un ciudadano ejemplar desde
que los bares están cerrados. A ver cuando tomamos algo y tal... .

Era valiente, se movía más allá de la cola, cruzaba la calle, hablaba, no tenía miedo de que nadie le robara su sitio. Hacía que la cola tuviera vida propia.
El resto de personas solo esperaban su turno con resignación, con las mascarillas puestas, o sustituidas por un pañuelo o una bufanda. Guantes de nitrilo, guantes plástico de bolsa, guantes de fregar. Había todo tipo de epis; homologados y no homologados.

No sé quien fue el primero o la primera que se fijó que en la alcantarilla, al lado de la calle en la que se ordenaba la cola, había una rata totalmente empapada, tiritando, erecta, con sus patitas señalando a su hocico, inmóviles. Totalmente paralizada del miedo. La imagen de la rata era desoladora, ¿a quién podría darle miedo?, moribunda como estaba.
La cola se convirtió en un juzgado de guardia, a la señora que quizás sí o quizás no le molestaba que los supermercados cerraran en festivo le daba mucho asco la rata. Y empezó a convencer al vivaracho de la cola que la matara. Un anciano pronunció débilmente unas palabras:

-Pero si es un ser vivo.

La rata no se movía, inerme, en el mismo sitio. Otras personas se cercioraron de la molesta rata, y en lugar de intentar dominar su miedo y su asco apoyaron la sentencia a muerte de la rata y animaban al vivaracho a actuar de verdugo. El vivaracho seguía moviéndose, iba al contenedor de la basura para ver si había algún cartón o bolsa para cazar a la rata.
Contra todo pronóstico, cuando parecía que le iba a dar una patada a la rata dijo:

-Pero si está moribunda como la voy a matar. Ya está casi muerta.

Yo lo apoyé cuando estaba a punto de gritarle que dejara a la puta rata morir con dignidad.
Los dos le respondimos a la señora justo cuando clamaba por su vil asesinato, que dejara a la rata morir tranquila y que si tanto asco y tanta molestia le daba que la matara ella.
En ese momento me sentí orgulloso de pertenecer a aquella cola que doblaba una esquina y seguía cincuenta metros más abajo, y a veces se retorcía, y a veces no...había cobrado vida.
Y había perdido uno de mis prejuicios más arraigados desde que vi como una rata mordía a un amigo en la infancia. Ya no me daban asco las ratas, me daban asco las personas que tenían menos humanidad que una rata de alcantarilla.

Víctor Cuetos, Xx, XXXX 

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