I
Para mi los días de verano
eran casi igual que los de invierno.
Empezaban cuando mis amigos
volvían de la piscina municipal
de la que no era socio.
Y había que pagar.
Los esperaba leyendo en casa.
O pegándole patadas al balón.
Contra la pared.
Una y otra vez.
Hasta que me cansaba.
Me acostumbré
en cierta medida
a la soledad
del que le da patadas al balón
para tirar los muros de esta ciudad.
A pensar cual sería la próxima aventura.
Escaparse del abusón del barrio
y reírnos de él.
Meterse en el garaje de nuestra calle
y saltar encima de los coches
para que nos siguiera el propietario.
A hacer chabolas y dividirnos en bandas
para tirarnos piedras o destruir la chabola
de la banda contraria.
Romper cristales en la fábrica de Loza.
Romper vasijas, cerámicas.
Quemar los archivos.
Es mentira.
El ideólogo de todo aquello.
Está muerto.
II
Pasaron los años
y los veranos, los veranos
ya no eran igual que los inviernos.
Me colé en aquella piscina
con otro amigo y nos pillaron.
Me dejó solo mientras él escapaba.
No se lo perdoné
casi me pego con él.
Estaba furioso, herido y avergonzado.
Es mentira.
Se lo perdoné.
Siempre se lo perdoné todo.
Menos cuando me ofreció
una pistola.
Son palabras mayores.
No es lo mismo tirar piedras
que disparar. Y ellos lo saben.
Si fuéramos igual de armados que ellos,
estarían en inferioridad de condiciones
pero seguirían siendo infinitamente más poderosos.
Digo las Autoridades.
III
También se lo perdoné.
Con el paso de los tiempos.
Volvimos a ser amigos.
Después de mucho tiempo.
La amistad construye;
aunque para construir algo
primero hay que destruir muchas veces.
IV
Nos hacemos mayores
y eso que pensamos
que dejaríamos un cadáver bonito.
Como nuestros ídolos.
Y al final vamos a ser pellejo
y una masa de recuerdos
Sobrevivimos a todo.
Pero no sobreviviremos
al Cambio Climático
ni al Telediario
ni mucho menos
a nosotros mismos.
Víctor Cuetos, Xx, Xxxx
Realidad Ficcionada
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