miércoles, 16 de marzo de 2016

El Traje nuevo del Emperador



Erase una vez una empresa de un Emperador, que mezclaba lo tradicional con lo más innovador del mercado. Productos de la tierra, el mar y hasta algo traían del otro charco que ofrecían a un módico precio allá donde se lo reclamaban. Tenían una red de esclavos y esclavas que atendían a todas sus peticiones cobraban en B lo que no podían cobrar en A y a cambio, a cambio ofrecían su disponibilidad total. El Emperador jugaba con la necesidad del otro, sí, y el otro acababa adoptando las formas y maneras del Emperador.  Aquello parecía una fábrica de hacer oro pero también de miserias morales.
Todo lo que tocaban lo convertían en oro, decoraban sus instalaciones, y hasta sus esclavos preferidos los agasajaban con oro. Todo parecía brillar y en la noche adquiría un color especial.
El color de la escama y podre de una alita de mosca parecía oro, pero al amanecer su olor putrefacto había que limpiarlo con amoniaco, entregarse al máximo para que no dejara de brillar nunca.
Como todo lo artificial de la noche a la mañana dejó de brillar y el oro no era más que una cagada de pájaro en el hombro de alguna mujer guapa y siliconada que ofreció su libertad a cambio de nada. El Emperador encargó a uno de sus esclavos que le tejiera un traje nuevo con el que deslumbrar a todos sus empleados, tenía que inaugurar un nuevo local en el País del Nunca Jamás.
El esclavo que se había hartado de su condición decidió comprar una tela nueva con la que tejer el traje nuevo del Emperador. Le dijo que era muy cara y que estaba preparada para deslumbrar a todos aquellos y aquellas que la miraran. Pero que él debería mirar al frente, ya que la tela sería invisible a sus ojos pero no a los ojos de los demás. El Emperador asombrado por la pericia e inventiva de su esclavo accedió a ponérsela para la inauguración del nuevo local.
El País del Nunca Jamás no tenía muy buena fama, sus habitantes eran irónicos y se burlaban de toda autoridad. No aceptaban ni el brillo del oro ni el de la escama, preferían el cuero y el azabache; la plata y el hierro. Y hasta les encantaba jugar con artefactos y demás explosivos en sus fiestas, también hacían ofrendas al fuego. Era un pueblo que ya había soportado todo tipo de tropelías. Y aborrecían a los Emperadores, y a sus huestes. No reconocían los derechos de sangre ni tampoco atendían a las relaciones de vasallaje que el Emperador pretendía imponer aquí en su tierra.
El esclavo que tomo contacto con esta tierra empezó a sentir simpatía por ella, se sintió acogido y hasta agasajado por el cariño de estas gentes. Admiraba su libertad, su arrojo y su valentía.
Tomó conciencia de su condición y fue cuando decidió engañar al Emperador.
Todo el mundo estaba ansioso por la fiesta de inauguración, se entregaron al máximo para decorar las nuevas instalaciones. Corría la escama entre sus alas, pero el local transmitía cierto hedor a putrefacción que intentaban perfumar para evitar así que el olor ahuyentará a las gentes.
El esclavo vistió a su Emperador con el traje hecho con esa tela nueva y especial que prometía deslumbrar a todo aquel que la mirase. El Emperador accedió a todas las peticiones del Esclavo, dejándose guiar por él, se dejo tapar los ojos con una venda y cuando estaban llegando a la puerta del local el esclavo le quito la venda para que entrara por su propio pie.
Todo el mundo esperaba ansioso, vitoreando a su emperador, excepto las gentes del lugar que observaban con curiosidad y con cierta perspicacia todo lo que allí ocurría.
El Emperador entró con la cabeza alta, muy alta, casi no podía ver a su público y a sus esclavos y esclavas. Pero le pareció oír una gran exclamación que decía:
-Pero si va desnudo, va desnudo.

Continuará...
Cuetos Víctor, Xixón, 2016 

Adaptación del cuento de Hans Christian Andersen, El Traje nuevo del Emperador. A nuestros días, nuestra tierra y a las miserias morales que tenemos que ver día a día. 

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