martes, 12 de septiembre de 2017

“Con los perdedores hasta el fin del mundo”

                                                                         

Mientras paseo por Independencia, en Zaragoza,  con independencia de mi destino, en busca de un libro de Pío Baroja, “El Mundo es ansí”, me imagino las calles tal y como las veo, con la misma música de fondo pero obviando el ruido de nuestro tráfico rodado. Veo a un acordeonista con apariencia caucásica, caracterizado por un poblado bigote canoso, una boina y unos ojos mar que transmiten sosiego mientras recorre sus notas con los dedos buscando a uno de nuestros sentidos más elementales, de los que muchos no pueden disfrutar. Unos por sordera y otros porque ya no oyen, o simplemente no quieren escuchar. Me mira, lo miro, sonreímos los dos con picardía, los dos conservamos ese hoyuelo, más propio de la niñez, que atraviesa nuestras mejillas poniéndole nombre a nuestra sonrisa. Sin decirnos nada nos reconocemos, yo le oigo y él me escucha con sus dedos, y nos volvemos a mirar como diciéndonos, “Adiós, amigo y buena suerte”.

Sigo paseando ya con el libro en la mano pensando en cuántos de estos viandantes me he fijado, supongo que de cada cien veo cincuenta y me fijo en uno u dos de ellos o ellas. Algunos van con prisa a su trabajo pensando precisamente en él o en su vida que gira en torno a él, o eso piensan ellos; “Que mierdas hago yo llevando esta vida por una mujer que no soporto y unos niños que solo me traen suspensos, y un trabajo que me levanta todas las mañanas haga frío o llueva. Con lo bien que estaba durmiendo, con la mujer que no soporto por supuesto”. En realidad su mujer es la que lo soporta él, y lo sabe y por eso sigue con ella, y sus niños, al fin y al cabo no dejan de ser sus hijos.

Otros muchos salen a buscar trabajo, o mujer que les soporte, y anhelan lo que el otro odia porque piensan que es la solución a todos sus problemas, y de hecho muchas veces lo es. Un trabajo que pague su techo y alguien a quien abrazar o abrazarse, alguien a quien proteger y protegerse, alguien por quien luchar, por quien seguir.

Veo a un hombre sentado con un cartel que señala “que pide ayuda y acepta trabajo”, a otro arrodillado que solo pide ayuda, no sé si a Dios o a cualquier viandante que se la ofrezca. Nadie le ha dicho a este hombre que la piedad es un lujo muy caro que solo los pastores y sus feligreses ofrecen un día a la semana y los domingos por la mañana
 Nadie le ha dicho a este hombre que puede arrodillarse las veces que quiera ante su Dios, pero no ante mí, un humano como otro cualquiera. Es posible que se me crucen los cables y le dé una patada en el culo. Porque para mi alguien que se pone de rodillas ha perdido la dignidad, y yo no voy a perder el tiempo con él. 

Veo a una señora que pasea ensimismada y de repente lo que parece un tic es una mueca que abre su hoyuelo, levanta su cabeza al frente, y entorna los ojos ya sonrientes. Pienso entonces que todos conservamos ese hoyuelo, algunos tenemos dos incluso; otros en cambio se los han vendido a Corporación Dermoestética o a Vital Dent, o entre tanto trajín simplemente se les olvida que lo tienen y que es una buena manera de empezar el día, o de saludar a un igual.

Se me olvidaba deciros que a punto he estado de comprar otro libro, no el que me obliga la Universidad a leer, que estoy seguro que no me defraudará, si no uno más acorde con estos tiempos, de un escritor que tengo en mi cabecera imaginaria desde los 14 o 15 años.
Desde que leí “Cabeza de turco”, y pensé que algún día quizás yo pudiera ser ese periodista alemán que se disfrazo de turco en una Alemania casi que recientemente unificada y azotada por el desempleo y la marginación. Al final poco me ha faltado para ser el turco y no el periodista, con todos mis respetos a las penosas condiciones en las que esta gente sigue trabajando, malviviendo. Y ahora nos regala un título que promete el mismo cariz, y la misma intensidad… “Con los perdedores el mejor de los mundos”
Algunos dirán que es un escritor menor, o un periodista con afán de protagonismo, otros pensaremos que este hombre a lo largo de sus años no ha perdido la capacidad para asombrarse ante las injusticias que asolan el mundo y por la tanto dada su capacidad creadora y su tesón vital a denunciarlas sin titubear, es obvio. 
Mientras tanto sigo viendo, observando mi tiempo, las calles que me rodean, el viento que me azota la cara, la gente que pasea ya sea inánime o completamente animada. Y veo cincuenta, que diga me fijo en una persona o dos de cada cien, y sigo viendo el hoyuelo del acordeonista, su música en cada una de las esquinas, antes de que empiece la Navidad y los villancicos rompan todo el encanto, por favor regálame tu música y ensordece la de nuestro Ilustre Ayuntamiento. 
 Lo que ya no veo son arrodillados, ni feligreses, ni pastores ni de ninguna de las maneras oigo el ruido atronador del tráfico rodado. Ni gente buscando empleo, ni gente insatisfecha con su vida o con su parienta. Solo veo gente y me vuelvo más humano, al mismo tiempo que mis dos hoyuelos reaparecen dando nombre a mi sonrisa, y pienso “Con los perdedores hasta el fin del mundo”.  


“Cabeza de turco”, Günter Walraff.
“Con los perdedores el mejor de los mundos”, Günter Walraff.
*El acordeonista, en este caso, no pedía nada más que lo escucharán, y regala su música aquellos que saben apreciarla.



Víctor José Cuetos González, ZGZ, 20...

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