sábado, 9 de septiembre de 2017

Las Casitas del Barrio Alto





                       El 11S de Salvador Allende


Mi madre era y supongo que es socialista por eso las dictaduras que retratan las películas me resultan tan familiares. Pero le pegaba más Salvador Allende que Felipe González. Solo hay que comparar, la barriga de uno, el yate de otro y el cadaver de Salvador Allende defendiendo la soberanía de Chile hasta el final de su vida.
El 11S, el día de su muerte, en el Palacio de la Moneda, y el otro 11S; el de las torres gemelas parecía una venganza de la historia por lo mucho que el gobierno norteamericano y sus instituciones legales e ilegales apoyaron y financiaron el gobierno de Pinochet en Chile y el de Videla, en Argentina. Y sendos golpes de Estado. Porque no hay gobierno con más experiencia en Golpes de Estado que los grandísimos y puros Estado Unidos de América. Que se lo digan a Kissinger, que le dieron el nobel de la Paz por acabar con el comunismo y de paso colaboró en cargarse a media juventud en sendos países y otros limítrofes porque hacía falta purgar las economías latinoamericanas. 
Que a un asesino,a un psicópata, que organizo cientos de miles de muertes o que fue responsable de ellas, le den el Premio Nobel de la Paz dice mucho de un mundo que no es, no existe, viaja sin norte, se autorregula asimismo dicen los grandes chicos de Chicago y su infalible método milton; los que diseñaron esta economía tan perfecta, y tan inhumana al mismo tiempo.

A mi padre le pegaba Good Bye Lenin, o Lloviendo Piedras, o la Canción de Carla. A mi madre le pegaba “La noche de los cristales rotos”, “Desaparecidos”. En mi casa teníamos en una de las estanterías de la entrada a Simone de Beuvioir y a Sigmund Freud juntos. Pobre Simone. La mujer rota y el superhombre puesto de coca hasta las trancas que se permite analizar al resto del mundo por encima de los hombros. Ese es Freud, con algunos matices. 

Ella era y es otra versión, la otra cara, la amable, menos cuando llevaba una zapatilla en la mano y un chándal en la otra mano, el mío, que había roto por saltar una valla de esas que solo forman parte de nuestra imaginación. Se enfurecía porque no me duraba ni un mes un chándal, y eso que lo remendábamos una y otra vez con aquellos adhesivos que se calentaban con la plancha y no duraban una semana.
La otra versión son todos esos libros que leí con voracidad, Jack London, más Jack London, más Jack London, Mark Twain, Fenimore Cooper, Hermin Melville, Enid Blyton...y el cine de la dos cuando solo era un niño, y ante tal ausencia, la de Garci digo, yo solo quería ver películas con mi madre. Conozco a casi todos los actores y directores de esa época. Y no sé porqué, por Garci no será...seguro, porque quien leía los créditos mientras su madre le decía que se fuera para la cama que lo iba a pillar su padre,era yo, eso lo tengo claro, y porque aunque no existía mando yo me levantaba a cambiar de canal hasta que empezara la película de la Dos. Al menos no había mando para nosotros, nuestra familia llegó tarde a casi todo, el vhs y el beta ni lo conoció, justo cuando lo averiguamos por nosotros mismos, por tenerlo como pertenencia ya casi había salido el DVD y el CD. Y casi todos los objetos digamos del capitalismo se nos regalaron porque mi padre había ayudado a alguien en alguna denuncia o en alguna reclamación sindical o vete tú a saber.

Íbamos despacio, casi lento, pero caminábamos lejos de todo el ruido de la primera linea de salida. Aunque sucumbieron a los noventa, cuando pasaron los noventa comenzamos a tener VHS en casa. Ya era hora, yo quería ver todas las películas del mundo y leer todos los libros del mundo. Pero ya.
Mi madre no era mormona, tampoco era comunista, era más bien socialdemócrata, pero de las de verdad. Porque mentira en ella no hay ni había ninguna. Aunque no me dejara comer nocilla o yo que sé donuts todos los días. Sabía francés, me obligaba a buscar el significado de las palabras en un viejo Laruosse. Y yo le cogí gusto, y empezaba con una palabra y seguía todas las que continuaban a esa palabra. Leía los diccionarios, los libros, las recetas médicas, la letra pequeña y la grande. Era así. Una enfermedad gramatical.
Esa versión original y no subtitulada era mi madre, es mi madre, son mis padres. Casi todo el misterio de nuestra existencia se debe a ellos. La que me agarraba de la mano, en las manifestaciones contra la Otan, siendo solo un niño, y apretaba fuerte cuando parecía que la policía iba a cargar, era ella.

La que hacía que mi hermana mayor nos protegiera cuando ella se iba a hacer la compra era ella.
Un día ella no estaba, y vino la policía a preguntar por mi padre. Supongo que no nos atrevimos a responder o a abrir, pero mi hermana mayor fue a abrir, y nos agarró de la mano a mi otra hermana y a mi, y se dispuso a abrir la puerta. Estábamos colocados de mayor a menor. Aparecieron dos policías de paisano preguntando por mi padre. Imaginar la escena, las hermanas Dalton y yo. Que casualidad que se fueron sin más, pero se nos quedó grabado para toda nuestra vida. Cuando se fueron, mi hermana nos bajó al portal, supongo que aterrorizada, a esperar a nuestra madre o a alguien del vecindario. Y ahí nos quedamos llorando los tres...Los malos eran ellos, un niño nunca se equivoca.
Supongo que por eso las películas sobre las dictaduras me resultan tan familiares. Es fácil acojonar a tres niños, aprovechar que su madre está en la compra, y no tiene a nadie en ese momento que quede al cargo, excepto mi hermana mayor.
Como suponer tanta mala hostia...tanto daño. Pero en este mundo la política del miedo es la que ejercen casi todos los gobiernos para mantenernos calladitos haciéndonos pensar que el capitalismo es el mejor sistema de todos, el infalible, no falla oiga, tiene sus errores, pero lo de comparar y buscar otra cosa mejor solo era un anuncio de televisión.
Busque, compare y se encuentra algo mejor, compre.
Aunque en realidad es la política del miedo la que mantiene invicto a este sistema. 
Va sigiloso, por detrás, te susurra cosas al oído que es posible que puedas llegar a tener, y digo tener. Y cuando te das cuenta tienes una soga en el cuello. Si desatas la cuerda vendrán las esposas y hasta las hostias por detrás.

Pero no es esto lo que yo quería contar. Lo que me jodía no es que mi padre fuera comunista y luchara por sus ideas, lo que me jode es que vivimos en un mundo en el que no podíamos compartir con los demás nuestra verdad porque casi nadie se lo creía. De verdad que nadie se lo creía. O no lo querían creer. La democracia era esto, una fábula, algo falso y endeble, que se caía por su propio peso cuando alguien se atrevía a decir la verdad. La verdad mata más que cualquier otro concepto que siendo tan abstracto signifique tanto. Decir la verdad es peligroso, eso es lo primero que aprendí, y que aun así no he sido capaz de esconder. Verdad o consecuencia no era un juego ni para mi, ni para mis hermanas, era una realidad que vivíamos casi todos los días. Y no nos gustaba, para nada. Pinchazos de teléfono, llamadas de madrugada, llamadas y más llamadas. LLAMADAS TELEFÓNICAS.

Mi madre me enseñó, no solo me enseñó a levantar el culo y cambiar de canal cuando Garci y los suyos nos aburrían hasta la extenuación, sabiendo que se hacía tarde para ver la película, también me enseño a aprender por mi mismo, a verlo todo con mis ojos, a tocarlo. A fregar, a encender la cocina, a mirar las potas, a husmear en todos los lados. Alimentaba mi curiosidad y mi inteligencia.
A creerlo todo si es necesario. El misterio es suyo y es mío, y el cine negro y Humphrey Bogart y Lauren Baccal, y Marlon Brandon, y Paul Newman, y Jonh Huston, Sean Connery, Michael Caine, Sam Pechinpah, Billy Wilder, Marilyn. Gracias a ella sabía que Anibal, el del Equipo A había hecho con aquella niña adulta llamada Audrey Hepburn su Desayuno con Diamantes.
La primera persona con la que vi el Tesoro de Sierra Madre, por la que leí la Fiebre del Oro, no fue por Jonh Huston, ni por Jack London, ni por Garci, joder. Fue por mi madre.En el tesoro de Sierra Madre no hay misterios. En la vida hay dos clases de riqueza, la de la curiosidad y el conocimiento, y la económica. Yo solo quería conocer, ver...experimentar, leer, escuchar, sentir.

La dos era mi madre, y la uno mi padre, el tiempo, las noticias, la clave, José Luís Balbin, AjoBlanco, El Viejo Topo, El Jueves, la política internacional, Gorbachoch, la Perestroika, la guerra fría. El país, el mundo, el Independiente...El Le Monde Diplomathiqué.
El muro de Berlin y el clavel de la revolución de los Claveles juntos, porque los de las rosas se fueron marchitando al mismo tiempo que el capitalismo se hacía tan salvaje y tan prometedor, para unos pocos, y desastroso para muchos y muchas.
Los domingos que llovía escuchábamos a Víctor Jara y las Casitas del Barrio Alto, mi padre hacía los vermús para ambos mientras yo leía, leía todo lo que llegaba a mis manos. Creo que por eso escribo esto. 


Aquí comienza esta historia. La del Primer Niño que pintó una A de anarquía en su ventana porque afuera llovía.  

Mi familia lo es todo. 

Víctor Cuetos, Xx, 2017

1 comentario:

luqui dijo...

Luki. Cómo autobiografía está bien, solo que ademas de tu madre, estaba frente antidisturbios, tu padre defendiendo un lugar sin represión para vivir...ademas no a claras por qué la policía
secreta fue a buscar a tu padre. Salud!