viernes, 12 de enero de 2018

Blade Runner 2049/ L'Angliru 2018

                                                                       
Cuando digo que Blade Runner 2049 me recuerda a mi infancia no lo digo en broma.
No me refiero a la historia ni a su contenido filosófico. La búsqueda incesante del ser humano por la libertad de elegir o decidir, la autonomía. Algo que casi ya solo vemos en las películas.
La dependencia a este sistema es atroz, hemos y estamos creando generaciones dependientes, inútiles que no saben reaccionar ante problemas en los que tu supervivencia está en juego.
Que no saben gestionar sus emociones, sus sentimientos cuando parecen incontrolables.
La ira, el dolor, la rabia, el coraje, la tristeza. 

Una sociedad que tiende a obviar todo aquello que es extremo pero que también forma parte de la naturaleza humana y que hasta no hace mucho tiempo nos mantenía con vida e incluso nos hacía luchar por la comunidad y su entorno. 

De esta manera es fácil que una noticia como la de los chicos atrapados en L'Angliru se haga viral e incluso adquiera tintes de comedia negra con Frances Macdormand como jefa de un 112 dirigido por los Hnos Coen. Queda demostrado que estos chicos perdieron su instinto de supervivencia, porque sobrevivir no es pisar y aplastar al otro para mantener tu estatus social y económico.
Sobrevivir es aprender a tener la mente despierta cuando se la precisa y actuar con serenidad ante problemas en los que es difícil mantenerla. Prever, adelantarse a los acontecimientos que están por venir o que esperas que sucedan. No todos ni todas tenemos una varita mágica que nos hace invencibles y aproveche nuestras capacidades físicas y psíquicas.
Y no todos ni todas han tenido la posibilidad de comprobar por si mismo su capacidad y su instinto a la hora de sobrevivir en la naturaleza o en un medio hostil sea cual sea.
La realidad es que cada día nuestro medio es más hostil y cada día que pasa menos preparados estamos para sobrevivir a él. 

Mi madre me enseñó a que si quería hacer algo lo hiciera por mi mismo, ella solo podía guiarme un poco, lo suficiente para que yo me desenvolviera. Esto casi se convirtió en un defecto, es el día de hoy que aun no se pedir ayuda como suelen pedir otras personas, a veces, sin razón.
Y aquí entran los servicios públicos. Los servicios públicos no están hechos para satisfacer los caprichos de nadie, y menos cuando son caprichos. Claro que todos y digo todos alguna vez hemos incurrido en errores de este tipo, que no son imperdonables. Pero que no por ello convierten al servicio público en una ardua tarea en la que tiene que estar en todo momento detrás de las personas o los civiles, las civiles.
Vamos camino del automatismo para todo, incluso para las relaciones sociales, políticas y laborales.
Vamos camino de ser más frágiles aun de lo que lo éramos porque hemos perdido la capacidad de sobrevivir en medios hostiles a no ser que vayas equipado de puta madre, o te asistan unos medios tecnológicos de la hostia. 

Blade Runner queda muy lejos, lo sé, el superhombre, la supermujer...los límites de las grandes capacidades chocan con la mezquindad, la mediocridad de una sociedad que ha decidido simplificar tanto la vida complicándola aun más. Tú solo tienes que darle a un botón y esperar a que todo te sea dado. Los límites de la tecnología chocan con la fragilidad del ser humano y su tendencia a la dependencia vital. En lugar de emanciparnos nos encarcelan aun más.
Cuando digo que Blade Runner me recuerda a mi infancia no lo digo por la película en si, lo digo por su sabor a hierro, a fábrica destartalada, a los límites de las colonias y el más allá. A las ruinas, los desiertos tecnológicos, las fábricas, la industria. Y en mi infancia, en mi barrio, las lindes que separaban las colonias, la comunidad de todo lo que abandonaba el hombre y que le había hecho crecer presuntamente estaban ahí al lado. No necesitábamos naves espaciales, trajes...pero el azufre, el hierro tomaba tus papilas gustativas. Y hoy lo he recordado porque los aromas, los sabores nos traen recuerdos, las imágenes, los colores...
De niños cruzábamos esas líneas porque todos los días y digo todos vivíamos una aventura que consistía en vivir, aunque a veces, fuera peligrosamente. Eso nos hacía únicos y especiales.
El ser humano necesita conocer sus límites para comprobar si son los adecuados o si son parte de la función y de una ficción interesada.
Víctor Cuetos, Xx, 2017

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