Mientras paseo por Independencia, en Zaragoza, con
independencia de mi destino, en busca de un libro de Pío Baroja,
“El Mundo es ansí”, me imagino las calles tal y como las veo,
con la misma música de fondo pero obviando el ruido de nuestro
tráfico rodado.
Veo a un acordeonista con apariencia caucásica, caracterizado
por un poblado bigote canoso, una boina y unos ojos mar que
transmiten sosiego mientras recorre sus notas con los dedos buscando
a uno de nuestros sentidos más elementales, de los que muchos no
pueden disfrutar. Unos por sordera y otros porque ya no oyen, o
simplemente no quieren escuchar. Me mira, lo miro, sonreímos los dos con picardía, los dos conservamos ese
hoyuelo, más propio de la niñez, que atraviesa nuestras mejillas
poniéndole nombre a nuestra sonrisa. Sin decirnos nada nos
reconocemos, yo le oigo y él me escucha con sus dedos, y nos
volvemos a mirar como diciéndonos, “Adiós, amigo y buena suerte”.
Sigo paseando ya con el libro en la
mano pensando en cuántos de estos viandantes me he fijado, supongo
que de cada cien veo cincuenta y me fijo en uno u dos de ellos o
ellas. Algunos van con prisa a su trabajo pensando precisamente en él
o en su vida que gira en torno a él, o eso piensan ellos; “Que
mierdas hago yo llevando esta vida por una mujer que no soporto y
unos niños que solo me traen suspensos, y un trabajo que me levanta
todas las mañanas haga frío o llueva. Con lo bien que estaba
durmiendo, con la mujer que no soporto por supuesto”. En realidad
su mujer es la que lo soporta él, y lo sabe y por eso sigue con
ella, y sus niños, al fin y al cabo no dejan de ser sus hijos.
Otros muchos salen a buscar trabajo, o
mujer que les soporte, y anhelan lo que el otro odia porque piensan
que es la solución a todos sus problemas, y de hecho muchas veces lo
es. Un trabajo que pague su techo y alguien a quien abrazar o
abrazarse, alguien a quien proteger y protegerse, alguien por quien
luchar, por quien seguir.
Veo a un hombre sentado con un cartel
que señala “que pide ayuda y acepta trabajo”, a otro arrodillado
que solo pide ayuda, no sé si a Dios o a cualquier viandante que se
la ofrezca. Nadie le ha dicho a este hombre que la piedad es un lujo
muy caro que solo los pastores y sus feligreses ofrecen un día a la
semana y los domingos por la mañana.
Nadie le ha dicho a este
hombre que puede arrodillarse las veces que quiera ante su Dios, pero
no ante mí, un humano como otro cualquiera. Es posible que se me crucen los cables y le dé una patada en el culo. Porque para mi alguien que se pone de rodillas ha perdido la dignidad, y yo no voy a perder el tiempo con él.
Veo a una señora que pasea ensimismada
y de repente lo que parece un tic es una mueca que abre su hoyuelo,
levanta su cabeza al frente, y entorna los ojos ya sonrientes. Pienso
entonces que todos conservamos ese hoyuelo, algunos tenemos dos
incluso; otros en cambio se los han vendido a Corporación
Dermoestética o a Vital Dent, o entre tanto trajín simplemente se
les olvida que lo tienen y que es una buena manera de empezar el día,
o de saludar a un igual.
Se me olvidaba deciros que a punto he
estado de comprar otro libro, no el que me obliga la Universidad a
leer, que estoy seguro que no me defraudará, si no uno más acorde
con estos tiempos, de un escritor que tengo en mi cabecera imaginaria
desde los 14 o 15 años.
Desde que leí “Cabeza de turco”, y
pensé que algún día quizás yo pudiera ser ese periodista alemán
que se disfrazo de turco en una Alemania casi que recientemente
unificada y azotada por el desempleo y la marginación. Al final poco
me ha faltado para ser el turco y no el periodista, con todos mis
respetos a las penosas condiciones en las que esta gente sigue
trabajando, malviviendo. Y ahora nos regala un título que promete el
mismo cariz, y la misma intensidad… “Con los perdedores el mejor
de los mundos”.
Algunos dirán que es un escritor menor, o un
periodista con afán de protagonismo, otros pensaremos que este
hombre a lo largo de sus años no ha perdido la capacidad para
asombrarse ante las injusticias que asolan el mundo y por la tanto
dada su capacidad creadora y su tesón vital a denunciarlas sin
titubear, es obvio.
Mientras tanto sigo viendo, observando
mi tiempo, las calles que me rodean, el viento que me azota la cara,
la gente que pasea ya sea inánime o completamente animada. Y veo
cincuenta, que diga me fijo en una persona o dos de cada cien, y sigo
viendo el hoyuelo del acordeonista, su música en cada una de las
esquinas, antes de que empiece la Navidad y los villancicos rompan
todo el encanto, por favor regálame tu música y ensordece la de
nuestro Ilustre Ayuntamiento.
Lo que ya no veo son arrodillados, ni
feligreses, ni pastores ni de ninguna de las maneras oigo el ruido
atronador del tráfico rodado. Ni gente buscando empleo, ni gente
insatisfecha con su vida o con su parienta. Solo veo gente y me
vuelvo más humano, al mismo tiempo que mis dos hoyuelos reaparecen
dando nombre a mi sonrisa, y pienso “Con los perdedores hasta el
fin del mundo”.
“Cabeza de turco”, Günter
Walraff.
“Con los perdedores el mejor de los
mundos”, Günter Walraff.
*El acordeonista, en este caso, no
pedía nada más que lo escucharán, y regala su música aquellos que
saben apreciarla.
Víctor José Cuetos González, ZGZ, 20...